Te comparto una breve historia; en cierta ocasión, un grupo de padres de familia decidieron ir de paseo con todos sus hijos para visitar un lugar turístico fuera de su ciudad, el cual contaba con muchas áreas para el sano disfrute de sus visitantes.
Mientras los adultos participaban de un baile en el salón, sus chicos estaban en los juegos infantiles; uno de ellos, con apenas seis años, se cayó de uno de los columpios, caminó lastimado unos metros y sufrió una caída accidental en una de las piscinas.
El niño no sabía nadar, y gracias a que recibió ayuda de buenos samaritanos, lo sacaron casi ahogado; avisaron a sus papás y poco a poco se fue recuperando de ese gran susto.
Inevitablemente, producto de ese mal momento, esta criatura desarrolló no exactamente miedo para ingresar en algún momento al agua de piscinas o del mar-, más bien era pánico, y eso le fue limitando con los años el disfrute en familia y amigos al visitar hoteles dentro y fuera de su país, así como otros tantos lugares que disponían de áreas con esos espacios para el esparcimiento.
Décadas pasaron y él siempre tenía esa sensación de qué hacer para intentar superar ese trauma de su niñez. Llegaron los años 90, se casó y con ello, fueron llegando a su vida sus tres hijos, a quienes, si se les inculcó, para que aprendieran a nadar desde muy chicos. En una ocasión que fue a dejar a uno de sus hijos a la casa de un compañero de estudio, observó una academia de natación; detuvo su auto al frente de ese lugar, meditó por unos minutos y se animó a cruzar la calle para solicitar información.
En ese lugar le explicaron, con muy buen modo, que había un horario para adultos y con profesores muy pacientes. Con esa certeza, pagó la matrícula, se comprometió a comprar los implementos necesarios y con mucha ilusión, esperó el primer día de clases.
A nadie de su familia, ni a su esposa, ni a sus hijos ni a sus amigos, les comentó de esta valiente decisión.
Tres meses después, llegó Navidad y en el momento de abrir los regalos, él le entregó un disco en DVD con una grabación; sus hijos lo colocaron para reproducirlo y junto a su esposa, no entendían quién era esa persona, ni qué hacía moviéndose en la piscina de un lado al otro; llevaba su gorra de baño y anteojos muy bien colocados, y eso dificultaba establecer su identidad. A manera de broma, preguntaban: ¿quién es ese “aquaman”?
Esa nochebuena, cuando ese papá y esposo se los explicó todo, hubo llanto de alegría e incredulidad, al comprender que aquel niño traumado por el accidente en la piscina había logrado a sus 51 años, proponerse y superar aquella creencia limitante que le decía que nunca iba a poder disfrutar de las bondades del agua, fuera en piscina o el mar.
Este es solo uno de tantos eventos que hoy, – este tu autor-, pudo convencerse de que siempre podemos transformar nuestra vida, y no me da nada de pena compartirte este testimonio personal.
Por supuesto que este logro personal me llenó de orgullo, pero te lo muestro solo con la finalidad de construir contigo, un vínculo de confianza para así contar con la suficiente autoridad para acompañarte en este proceso de tu bienestar personal. Se que también podrás lograr todo aquello que te propongas.